Arrecia el invierno. En cada una de las ocasiones en que el temporal azota la costa, el rompeolas firme en primera línea de contienda procura la salvaguarda haciendo frente a la intensa embestida de la tempestad. Una a una sin sosiego arremeten las olas contra el malecón. Masa de agua brava que el robusto muro de peñasco repele fragmentando en miles de gotas a las que hace saltar por los aires, voz en grito a semejanza de un paraguas de fuegos artificiales, para sin más consuelo ceder abatido en el semi-asfaltado empedrado. Surcos, llagas y hondas heridas quedan fiel reflejo a la heroicidad de su custodia. El salitre arrastrado por el fluido lija, busca y rebusca el modo de penetrar por cada pequeña cavidad y mínimo poro pétreo, finalizando su corto trayecto regurgitado por las miles de fisuras que pacientemente ha ido esculpiendo en consonancia al tiempo. Los transeúntes absortos contemplan, lejos del alcance de las miles de gotas que se volatilizan al viento, cómo la naturaleza mantiene su pulso indomable para recuperar aquello que le ha sido sustraído.

"El rompeolas recibe el flagelo de las embestidas del mar, alentado por la furia de Zeus, señor del trueno, dios de dioses."