En el subconsciente de muchos intelectos persiste latente aún la concepción de actuar según la doctrina que plantea la vida como una circunstancia transitoria hasta conseguir la gloria, participar del paraíso, edén supremo u nirvana, que tan sólo aquellos comprometidos que actuaron con rectitud y en concordancia a los postulados divinos durante su vida terrenal lograrían alcanzar. Es con toda seguridad que detrás de éste planteamiento se maquilla una sensación de infelicidad, disconformidad ó desagrado con el acontecer diario de una tangible rutina que nada agrada, a la que por penitencia se asume en obligado cumplimiento como parte más de una prueba hacia la redención celestial. Negarse a aceptar que aquello que se conoce, acontece y ha tocado vivir es la única opción a la cual se puede aspirar no hace sino reforzar este pensamiento, proceder indudable que permite mantener vivo el óptimo espíritu de la ilusión en quienes irremediablemente sufren. Vivir y sufrir dentro del sentimiento humano son dos consecuencias que se sustentan y se nutren en el objetivo de la felicidad. Todo propósito ó aspiración requiere en su logro una gran dosis de esfuerzo, sacrificio y por consecuencia de sufrimiento, pero a medida que nuestras vidas se resuelven más y más cómodas, esa capacidad de esfuerzo y sacrificio merma en una escala generacional, lo que nos hace entrar en insalvable bucle del continuo inconformismo.

“El anhelo de un mundo idílico y paradisíaco es el remanso de paz al que nuestra mente opta como píldora atenuante a la persistente desilusión que amarga el paso de los días."