Parte fraccionada de un todo, submúltiplo de otros muchos múltiplos y producto de nuevas multiplicaciones, somos expresión ínfima de un todo que de manera individual no representa absolutamente nada. Ésta sería una acertada reseña a la visión extrapolada de nuestra presencia en el universo. Corroborado ya a lo largo de nuestro fugaz periplo que como fracción no suponemos ni somos capaces de ser nada encomiable que se precie de figurar fuera de nuestros límites, seguimos insistiendo de forma testaruda en hacer que prevalezca el individualismo. Toda la idiosincrasia y el esfuerzo en conjunto es lo que nos ha permitido adquirir la capacidad para dejar de ser un mero suceso casual y eventual y en ese esfuerzo de grupo reside la energía que nos impulsa a prolongar dicha situación. El sentimiento de división que nos invade con tanta frecuencia es consecuencia directa a nuestra incapacidad para mantener el respeto hacia lo privativo, cuestión inalienable, necesaria e imprescindible para otorgar a cada individuo prolongada manifestación de su diferente y propia personalidad, signo palpable del egoísmo que nos retroalimenta. El conjunto se fortalece con la diversificación y es necesario que un grupo participe de muy diversas formas de plantear las cosas para crear bases sólidas. Pero ahonda en nosotros el obstinado ímpetu a la separación, a no querer depender de nada ni de nadie hasta punto tal que aún reconociendo el hándicap de admitir que en aislamiento no lograríamos sobrevivir, es algo por lo que apostamos reiteradamente.

"Minúsculos pedacitos al unísono permiten que se logre hacer palpitar una víscera cardiaca, ejemplo único de la proyección de trabajo en conjunto."