La sensación de poder y falsa independencia que ha logrado transmitir la adquisición y acumulación de dinero en grandes cantidades y en consecuencia la evidente muestra de ostentación que en la mayoría de casos rezuma, dudosa proclama de éxito, ha embadurnado de inmunda y maloliente mugre todos los aspectos ligados a la ética del ser humano, al que caben pocas dudas si llegase el momento, de optar entre el anonimato de una vida ordinaria ó el afamado reconocimiento público, sea cual fuere el precio que se haya de pagar por ello. No existen límites ni cotas que el dinero fuere incapaz de salvar en pro de posicionarse entre la élite de la riqueza y el reconocimiento. El ejemplo alecciona y a pesar de no estar en disposición de elevados recursos, cunde entre la plebe el arquetipo de buscar la popularidad por medio del pandemónium, la provocación y del escándalo público. Todo aquel que pretende ser alguien, opta primeramente por recurrir al logro de cierta trascendencia pública. Los medios de comunicación a sabiendas de los enormes réditos que genera el morbo, simpatiza con dicho ejercicio. Eres alguien siempre y cuando tu nombre esté en boca de todos sea para bien ó para mal, como egregio ó como villano.

“La subsistencia pasa por la controversia. Si algo no procura debate, polémica ó escándalo público, apenas adquiere repercusión social, permanece en el anonimato por lo que la formalidad y la ortodoxia carecen de futuro. La basura se propaga”