Se presupone tremendamente delgada la línea que secciona el flujo de energía existente entre el indiscriminado odio generalizado y el radicalismo extremo. Tanto, que cualquier motivo susceptible de producir el más mínimo escozor en la fibra sensible del individuo en fase de madurez, suponga para éste justo motivo para dejarse abrazar por los tentáculos de las redes que facilitan adentrarse en el escabroso y sinsentido laberinto de grupos apoyados bajo la doctrina de la autoflagelación y el salvaje, brutal y descarnado atentado público. Éste desapego social, que parte de un nihilismo acorde a la negación de todo precepto, es la pauta del que acaba asqueado experimentándose víctima de un sistema que le instala servilmente dentro de la indefensión, contemplando impávido cómo se pisotean sus más legítimos derechos. Es un hecho que la raíz del problema parte de una pérdida de todo principio moral, religioso, político y social por mucho que su contenido quede falsamente envuelto en oropeles de índole místico. Esta pérdida de valores es la consecuencia directa partícipe de un procedimiento instaurado dentro de una escala de valores sometida a cuantificación. Todo tiene un valor, nada es gratuito. El hecho mismo, no elegido, de haber nacido tiene un coste, sobrevivir con lo mínimo, la enfermedad y cuidado pediátrico, el ocio, una formación útil para ser competitivo, etc.... están completamente tarificados No disponer de una capacidad mínima de ingresos para satisfacer dicho coste supone quedar relegado a la inadaptación y por tanto a una exclusión de difícil probabilidad de reinserción.

"El trayecto que lleva del materialismo salvaje a senderos de tinieblas que repuntan hacia recursos de dudosa rectitud moral se sustenta menester a la búsqueda de salidas "