La vorágine de actividad en la que se encuentra inmersa toda gran ciudad y la acelerada masificación -efecto llamada- que en ellas se sucede, no les otorga opción posible a un desarrollo sostenido, racional, escalonado y estructurado, sino que las transforma puntualmente en colosales enjambres del caos que en nada facilita, si bien todo lo contrario, el logro de los intereses que persigue. En la mayoría de los casos todos los medios y sistemas que pone al alcance para hacer óptima su viabilidad resultan ineficientes, tremendamente lentos para absorber el cúmulo de actividad en la que diariamente se embarga, de ahí que el aprovechamiento del tiempo se resuelva como un factor crucial, imprescindible que obligue a indagar en la constante búsqueda de un modelo que permita sacarle el mayor partido posible al su dimensión en un intento por alongar su medida. El estresado y apresurado ritmo de vida establecido no es lo suficientemente ágil como para ejercer de manera productiva nuestras atribuciones, por lo que se vuelve fundamental aprovechar al límite el más mínimo resquicio de ese tiempo. Los cronómetros que durante tan largo período rotularon con amplio margen las horas, minutos y segundos de nuestras vidas, han conseguido elevar nuestro ritmo cardíaco hasta extremos insoportables y acabarán por introducir registro en su cuenta de los decisegundos, centisegundos y milisegundos, en el supuesto caso que nuestro organismo fuese capaz de soportarlo.

"El imposible reto de lograr un factor de medida adaptado a un reloj de arena capaz de medir en zeptosegundos, la mil trillonésima parte de un segundo".