Las dictaduras son el rescoldo de la retorcida mente de un déspota. Cada vez que un tirano emerge, obstinado en no abandonar el poder bajo la máxima de lograr la bonanza y el bienestar (su propio bienestar) pretendiendo alcanzar la hegemonía (su gloria) la sumisión y el control de su pueblo para reconducir su futuro sin importarle el cuantioso derrame de sangre de tantísimas víctimas que será necesario (siempre la sangre de otros), los cadáveres comienzan a contarse al peso. Si alguien se ha considerar lo suficientemente justo como para estar en posesión de la razón y de la verdad suprema, mejor sería que comenzara por hacer examen de su propia conciencia manchada de la numerosa cantidad de gente inocente imbuida en la llamada a una causa que no han elegido, asolando y arrasando con el esfuerzo, el trabajo y los escasos bienes reunidos durante toda una vida de exhalar sudor hasta el agotamiento sin facultad de elección. Los entornos se reconstruyen y sus huellas desaparecen, pero las vidas se mancillan, se mellan y quedan mutiladas, selladas con el odio perenne. La frialdad que les envuelve a él y a todo gobierno que con él colabora sería motivo suficiente para desgajar su nombre de todo rótulo póstumo, dejar caer en el más absoluto olvido su vergüenza. Existen individuos con una enorme facilidad para escupir el mal y de escasa gratitud para ejercer el bien. Existen negocios supremamente más perniciosos que la droga, las armas, que todos escudados en el vocablo de la paz eluden erradicar.

"Si realmente primara la vida por encima de la hipocresía y de los intereses individuales, seríamos capaces de crear un ejército mundial liderado y controlado por Naciones Unidas con beneplácito para derrocar todo intento de dictadura."