Los grandes conflictos nacen siempre como consecuencia a desencuentros derivados de intereses económicos. Puntos estratégicos, codiciadas vías de tránsito comerciales y territorios con elevados recursos naturales que algunos juegan a rifarse ante la imperiosa necesidad de lograr ser lo más competitivo posible y una constante lucha por afianzarse en lo más alto del poder político y económico, son motivo más que suficientes para múltiples fricciones. Las superpotencias se ven inmersas en paulatinas escaladas de tensión que inicialmente discurren bajo la superflua retórica dialéctica y el enmascarado amago intento de amedrentar por medio de la intimidación, pero que en la mayoría de los casos apenas genera efecto positivo alguno y en consecuencia acaba en un desproporcionado incremento armamentístico del que resulta intento baldío retroceder. Cierta toma de decisiones acarrea involucrarse indeseadamente en alternativas que conducen a resultados nada satisfactorios cuando de profesar el poder se trata, en cuyas situaciones lo inadmisible es mostrar debilidad.

“Todo exceso de tensión genera en su primera etapa malformación y como resultado final la íntegra rotura del elemento sobre el que se ejerce dicha fuerza. Nada de lo existente tras ése proceso regresa a su estado anterior u de origen. Las desavenencias generan hostilidades, provocan tirantez en las partes y resultados casi siempre irreparables."