De un modo violento hemos ido alterando y perturbando nuestros hábitos y condiciones de vida. Nuestro reloj biológico ahora desnaturalizado se ha adaptado a nuestra actividad diaria, no delimitada ya por el reloj de la luz solar, sino ambientado en un áurea artificial en el que se combinan la luz neón, de fluorescencia y de led. El cambio de nuestras condiciones de funcionalidad tendente a un sistema alternante y aleatorio obliga a remodelar y a reprogramar nuestro organismo de manera incesante. Logramos sin duda hacer útiles cuantiosas horas más al día y con ello se obtiene mayor productividad en nuestro trabajo. Pero a igual manera nuestro ocio ya no se limita exclusivamente a horas diurnas, somos tan noctámbulos como sonámbulos, hemos trastocado el sueño y la falta de un completo y regular descanso ocasiona un cúmulo de estrés y añadida dificultad en la reconciliación del sueño. Finalmente recurrimos a la dependencia de la prescripción médica para lograr dormir de continuo.

"Las mega-ciudades son un cúmulo de actividad, un hervidero de propuestas de ocio nocturno que ha derivado en la creación de nuevos planteamientos de trabajo. Se dice que las nuevas urbes nunca duermen, pero sus ciudadanos tampoco lo consiguen".